LA MUERTE DE PARDIÑAS. LA HIGUERA Y EL CLAVO

LA BATALLA DE MAELLA
LOS HECHOS Y LAS LEYENDAS DE UN EPISODIO DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA.

ALBERTO SERRANO DOLADER



    Primera Guerra Carlista, danzan las oriflamas. Es lunes, 1 de octubre de 1838; no hace mucho rato que ha amanecido. En Maella, en la partida de Val de Gili, se van a enfrentar las fuerzas  comandadas por Ramón Cabrera (3.500 infantes y 500 jinetes) y las dirigidas por el mariscal de campo Ramón Pardiñas (5.000 a pie y algo más de 300 caballos). Serán seis horas de "combate obstinado", según testimonios de la época. Los dos se tenían ganas y se andaban vigilando.

    El liberal, Pardiñas, se comprometió ante la reina regente, María Cristina, a terminar con el Tigre del Maestrazgo si se le dejaba seleccionar a su albedrío a los integrantes de su tropa; es lo que hizo, tomando de aquí y de allá a la flor y nata, quizá por eso su contingente fue bautizado por las gentes con el sobrenombre del Ramillete. En el campo de batalla comenzó pisando fuerte, como para apostar a su favor... pero cambiaron las tornas y los ramilleteros cosecharon una derrota tan sonora como inesperada.


El general Ramón Pardiñas
El general Ramón Pardiñas


    En algunos tratados leo que solo en el bando liberal se amontonaron "más de mil cadáveres", lo que creo exagerado; quizá se aproximara a esa cifra el cómputo global de muertos y heridos en los dos platos de la balanza, con mucho menor luto entre los carlistas. Cabrera (que, con sangre en el brazo izquierdo, destacará en su parte diario el "valor, decisión y tino" de los suyos), parece que capturó a 3.000 prisioneros y, al día siguiente, se divirtió en Maella acuchillando a los de caballería e hincando la espada en medio centenar de soldados, a los que previamente, para humillarlos, ordenó desnudar.

    El alto mando liberal consideró desde el primer momento aquella debacle como indignante y no justificada, culpando al millar largo de sus propios combatientes que, al ver la que se avecinaba, entraron en pánico y huyeron acobardados del campo de batalla por los montaraces caminos del Moscarts, con la intención de refugiarse en Caspe. Leo en el parte cristinio: "Sin disciplina y sin subordinación no hay ejército ni hay sociedad".

    Para comprender mejor esta trascendental página de la historia comarcal, Jesús Godina, alma del Centro de Estudios Maellanos, me ha preparado excursión montaraz en la que iré anotando todo lo que nos cuenten Paco Izquierdo Capacés (1947) y Paco Luis Albiac Albiac (1948), los dos amantes de su tierra y custodios de leyendas y tradiciones.


Val de Gili Maella. Acción de Maella
Paco Luis, Paco y Alberto en el camino de la Val de Gili

Val de Gili Maella. Acción de Maella
Jesús Godina, Paco Izquierdo y Paco Luis en Val de Gili, donde empezó la batalla


    Arranco el coche y nos adentramos por los caminos de Val de Gili: "En Maella el aceite es oro, mira qué olivos, tan centenarios que ya estaban entonces; parece que son inmortales, siempre rechitan, no como los que se plantan ahora". Bajamos del Toyota en el escenario donde se inició el enfrentamiento: "Al principio, los carlistas de Cabrera lo pasaron mal, tuvieron que retirarse hasta la cumbre de esa loma, donde empieza lo que aquí llamamos el Pla Batané. Pero pronto se recuperaron y empezaron a castigar a los liberales, que huyeron en retirada por la partida de Moscarts, como ya sabes. Pardiñas y los suyos, exhaustos y fatigados, cometieron el error de pararse a descansar en la finca de los Burchos, donde fueron alcanzados y definitivamente derrotados por los carlistas".

    En ese decisivo enfrentamiento y tras pelea valiente, Pardiñas murió de una lanzada (como luego señalaré, eso pone en los libros), bajo una higuera hasta la que también nos hemos acercado. "Ahora la ves pequeña -me indica Paco Izquierdo- pero en mis tiempos de crío era muy frondosa. Mi padre trabajaba estas tierras y yo le acompañaba. Pasábamos algunas semanas en ese mas, una torre hoy medio hundida. Se puede decir que me crié los dientes de leche aquí, en el mas de los Burchos".


Paco y Paco Luis delante del más de los Burchos y los restos de la higuera al lado

La higuera donde murió el General Pardiñas
Paco señala los brotes de la antigua higuera.



    Lo inspeccionamos. Las jambas exhiben algunas cruces protectoras y otros petroglifos enigmáticos que me tienta descifrar. La parte que queda justo debajo del dintel, el umbral de piedra que se pisa al entrar, se denomina en Maella brancalé. Paco Luis me ilustra: "En les brancaleis los labradores señalaban rayas, siguiendo las sombras a lo largo del día; y ese era el reloj de sol infalible por el que se guiaban".

    Es peligroso penetrar, hace años que el techo se desplomo. "Mira ese madero que era una viga, observa el clavo de un palmo que sobresale. Mi padre me decía que los carlistas colgaron allí la cabeza de Pardiñas, tras decapitarlo una vez muerto para jugar al balón", apunta Paco Izquierdo. ¡Los pelos se me ponen de punta!


En la jamba se lee la letra "P"


    La muerte en combate de Pardiñas la había predicho Cabrera la noche anterior, cenando en Valdealgorfa. Para completar la versión de la tradición oral que me han regalado mis amigos maellanos, acudo a los libros. Así contó el episodio el apasionado y discutido historiador Antonio Pirala ("Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista", 1868):

    "Sorprendido Pardiñas con lo que pasaba [la huida de buena parte de su tropa], creyendo apenas el comportamiento de su gente, y pareciéndole imposible la derrota, vuela a donde mayor es el peligro y, encendidos sus ojos por la ira, sonrosado el rostro por la vergüenza y embargada su voz por la desesperación, corre de una a otra parte, procura reunir sus desbandadas huestes y, al ver lo infructuoso de sus esfuerzos, busca por doquiera una bala o una lanza que le dé una muerte que pueda llamarse gloriosa en el campo de batalla. Pero hasta el enemigo se complace en aumentar la amargura de su situación, y no le envía el plomo o la lanzada que tanto anhela: solo murió su caballo. Más juró, sin duda, ser capitán de los muertos y no juró Pardiñas en vano. Coge el fusil de un granadero y, al pie de un árbol [la higuera del mas de los Burchos ya mencionada], provoca a sus enemigos y quiere morir matando. Acuden algunos jinetes al reto, dispara su arma, le hieren mortalmente; pero puede manejar todavía su espada, y pelea hasta que sucumbe atravesado de una lanzada".

    Merecerá la pena que nos detengamos en esta agonía, hecho histórico trufado de eco legendario. Pardiñas exhaló su último suspiro "peleando solo y a pie con el más desesperado valor" según el Madoz.

Litografía de "Vida Militar y Política de Cabrera" de Buenaventura de Córdoba


    Tras disfrutar consultando numerosas fuentes impresas, sintetizo la forma en la que se imaginó en la bibliografía el desenlace del caudillo liberal, pues, obviamente, nadie se entretuvo in situ tomando notas. Este puede ser el relato:

    Pardiñas se vio solo en medio del caos, con el sable en mano y el orgullo herido. Supo enseguida que se le comía el final, pero él, mariscal de campo, no se rendiría. El primero en morir fue su caballo, rodando el jinete por los suelos. Ya pie en tierra, cogió un fusil o carabina (eso leo) de uno de sus yacientes granaderos y comenzó a disparar, que era una forma de pedir un tiro al rival, pero lo que recibió no fue sino uno o varios lanzazos (sic). Partió hacia el más allá "rodeado de enemigos", según el escritor Melchor Ferrer.

    De la decapitación legendaria, el partido de pelota y el clavo nada encuentro en letra impresa, pero ya se sabe que, para el acervo popular, lo importante no es que las cosas sucedieran de una determinada manera, sino que se creyese y transmitiera que así acontecieron.

El clavo donde se sostuvo la cabeza del general liberal



    En resumen, Cabrera "triunfó, destrozó y pulverizó a la división de Pardiñas" (Roman Oyarzun, 1939). El día siguiente, el 2 de octubre, la Milicia Nacional de Caspe (entonces plaza fuerte liberal) recuperó el cadáver y lo trasladó a la Ciudad del Compromiso, donde el comandante militar, "después de hacerle las solemnes exequias correspondientes a su elevado rango", presidió la ceremonia de "honrosa sepultura" en el convento que, hasta la desamortización, había sido de los Agustinos (Roberto Puyo de Columa, 1886). Se eligió este templo porque, destinada la colegiata Santa María la Mayor a necesidades militares, San Agustín se utilizaba en aquel 1838 como parroquia, eso señaló mosén Doñelfa al redactar, en 1922, unos anales de Caspe en los que especifica el lugar exacto de la inhumación: la cripta.

    La derrota de Pardiñas en Maella acarreó inmediatas consecuencias para el cristino Caspe, que acababa de salir de un feroz brote de tifus, "ya que para proteger a todos los dispersos y heridos que provenían de esa población [de Maella], el Ayuntamiento se constituyó en sesión permanente tomando todas las medidas precisas para acogerlos en el hospital. Esto ocurría el 1 de octubre; y poco después, el 14 por la noche, Llagostera se apoderaba de la población atacando con tres piezas el recinto fortificado" (Cortés Borroy en Cuadernos de Estudios Caspolinos, núm. 26, 2005). Por cierto, el Caspe liberal de la Primera Guerra Carlista bregó con al menos siete durísimos intentos de asalto carlista, algunos de ellos de fugaz éxito. ¡La de cosas que debieron de pasar en aquellos tiempos!


Jesús señala el clavo legendario en el que se colgó la cabeza de Pardiñas



    Una última anécdota, cuando en febrero de 2016 José Buzón Arbiol (nacido en abril de 1949) me habló de la Batalla de Maella de 1838 y de la muerte de Pardiñas también me indicó que por aquellos parajes del Moscarts abría su boca una cueva en la que se refugiaron dos heridos de la contienda, uno de cada bando: "Salían del combate, con los ropajes destrozados y llenos de polvo y calamidad. Por el día, el menos perjudicado ayudó al otro y lo bajó como pudo hasta la torre del Cojo Sancho. Allí se pudieron lavar y adecentar. Solo entonces descubrieron, al poder verse las caras, que eran padre e hijo. Mira lo que tienen las guerras".

    ¡Es maravilloso que una romanza popular potencie anhelos de paz!






Adaptación de los textos publicados en el Heraldo de Aragón del 5 y 12 de Junio de 2022

Fotografías: Alberto Serrano y Jesus Godina




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